A una edad temprana hacemos nuestra insegura entrada en la tierra de
los números. Aprendemos que el 1 es el primero del “alfabeto numérico”, y que
introduce los números de conteo 1, 2, 3, 4,5… que no son más que eso: cuentan
cosas reales, manzanas, naranjas. No es hasta más tarde cuando podemos contar
el número de manzanas que así en una caja cuando no hay ninguna.
Los antiguos griegos y romanos no
lograron dar un nombre a la “nada”. Los romanos unían sus formas de combinar I,
V, X, L, C, D y M, pero ¿y el 0? Ellos no contaban “nada”.
¿Cómo llego a ser aceptado el cero? Se cree que el uso de un
símbolo que designa “la nada” tuvo origen hace miles de años. La civilización
maya usó el cero en diversas formas. El astrónomo Claudio Ptolomeo, influido
por los babilonios, usó un símbolo semejante a nuestro moderno 0.
El sistema de numeración
hindú-arábigo que incluyo el cero fe promulgado en occidente por Leonardo de
Pisa, Fibonacci, en su Liber Abaci (Libro
del ábaco), publicado en 1202.
¿Cómo funciona el cero? La adición y la multiplicación con el cero
son sencillas y en absoluto polémicas, mientras que la división que implica al
cero plantea dificultades. El matemático Baskara se planteo la división por 0 y
propuso que un número dividido por 0 era infinito.
¿Para qué sirve el cero? El progreso de la ciencia ha dependido de
él. Hablamos de cero grados de longitud, de cero grados en la escala de
temperatura, y, de igual modo, de energía cero, y de gravedad cero. El cero ha
entrado en el lenguaje no científico como ideas tale como la hora cero y la
tolerancia cero.
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