miércoles, 30 de abril de 2014

El Cero

A una edad temprana hacemos nuestra insegura entrada en la tierra de los números. Aprendemos que el 1 es el primero del “alfabeto numérico”, y que introduce los números de conteo 1, 2, 3, 4,5… que no son más que eso: cuentan cosas reales, manzanas, naranjas. No es hasta más tarde cuando podemos contar el número de manzanas que así en una caja cuando no hay ninguna.

Los antiguos griegos y romanos no lograron dar un nombre a la “nada”. Los romanos unían sus formas de combinar I, V, X, L, C, D y M, pero ¿y el 0? Ellos no contaban “nada”.


¿Cómo llego a ser aceptado el cero? Se cree que el uso de un símbolo que designa “la nada” tuvo origen hace miles de años. La civilización maya usó el cero en diversas formas. El astrónomo Claudio Ptolomeo, influido por los babilonios, usó un símbolo semejante a nuestro moderno 0.

El sistema de numeración hindú-arábigo que incluyo el cero fe promulgado en occidente por Leonardo de Pisa, Fibonacci, en su Liber Abaci (Libro del ábaco), publicado en 1202.

¿Cómo funciona el cero? La adición y la multiplicación con el cero son sencillas y en absoluto polémicas, mientras que la división que implica al cero plantea dificultades. El matemático Baskara se planteo la división por 0 y propuso que un número dividido por 0 era infinito.


¿Para qué sirve el cero? El progreso de la ciencia ha dependido de él. Hablamos de cero grados de longitud, de cero grados en la escala de temperatura, y, de igual modo, de energía cero, y de gravedad cero. El cero ha entrado en el lenguaje no científico como ideas tale como la hora cero y la tolerancia cero.





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